“Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Sin duda, evolucionar constituye una infidelidad..., a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo.” [1]
Jueves por la tarde, la luz se encuentra apagada, no puedo ver nada, alcanzo a escuchar la respiración contenida de mi acompañante, siento su preocupación por hacer algún ruido, en un lugar donde parece que nadie lo hace, y la tensión que esta situación le causa…
…expectación…, la oscuridad continúa, sigo sin poder percibir acción alguna, movimiento, sonido, algo que me ofrezca una señal para agarrarme de ella y así reducir mi incertidumbre…
“(…) danza contemporánea?, ¿cómo es?, ¿son como ballets modernos?... ¡¿que no?!, es como… ¿baile callejero?... mmm… ¡ah!, suena interesante y ¿cuándo se presenta?... bueno, ¿por qué no ir?... le comentaré para que vayamos (…)”
…el ambiente, el aire se torna espeso, huele como a… ¡sí!, ¡humo!; logro percibir algo… una timorata luz se abre camino entre la masa espesa creada por el humo; siguiendo a la luz un… ¿gran cubo?, siguiendo a la luz unos… unas… ¡formas!; ¡salen del fondo del teatro!, ¡se desplazan por el suelo!, ¡suben por las paredes del cubo!...
… se descuelgan como reptiles al acecho, movimientos armoniosos al tiempo que marca el bajo continuo de una música que se fusiona paulatinamente a esta extraña situación, hasta entonces desconocida e indefinible para mi, pero que curiosa, extraña y maravillosamente me comunicaba sensaciones y emociones definitivamente no esperadas.
Esa fue la primera vez que sentí por medio de la danza contemporánea una verdadera comunión con el arte escénico, traspasando y transgrediendo el rol de espectador que me imponían esos 9 o 10 metros de mi balcón al escenario del teatro.
Esa fue la primera vez que cruzó por mi mente hacer parte de mi vida a la danza contemporánea, pasarían 5 años más para que me decidiera a tomar la alternativa y me aventurara en los mundos ficcionarios del arte escénico, necesitando así, dejar atrás aquello que personal y profesionalmente había fundamentado mi vida, pero que ahora se veía insignificante y de poco sentido en comparación con la simple, difusa y remota posibilidad de ser parte de eso que llamaban danza contemporánea.
Jueves por la tarde, la luz se encuentra apagada, no puedo ver nada, alcanzo a escuchar la respiración contenida de mi acompañante, siento su preocupación por hacer algún ruido, en un lugar donde parece que nadie lo hace, y la tensión que esta situación le causa…
…expectación…, la oscuridad continúa, sigo sin poder percibir acción alguna, movimiento, sonido, algo que me ofrezca una señal para agarrarme de ella y así reducir mi incertidumbre…
“(…) danza contemporánea?, ¿cómo es?, ¿son como ballets modernos?... ¡¿que no?!, es como… ¿baile callejero?... mmm… ¡ah!, suena interesante y ¿cuándo se presenta?... bueno, ¿por qué no ir?... le comentaré para que vayamos (…)”
…el ambiente, el aire se torna espeso, huele como a… ¡sí!, ¡humo!; logro percibir algo… una timorata luz se abre camino entre la masa espesa creada por el humo; siguiendo a la luz un… ¿gran cubo?, siguiendo a la luz unos… unas… ¡formas!; ¡salen del fondo del teatro!, ¡se desplazan por el suelo!, ¡suben por las paredes del cubo!...
… se descuelgan como reptiles al acecho, movimientos armoniosos al tiempo que marca el bajo continuo de una música que se fusiona paulatinamente a esta extraña situación, hasta entonces desconocida e indefinible para mi, pero que curiosa, extraña y maravillosamente me comunicaba sensaciones y emociones definitivamente no esperadas.
Esa fue la primera vez que sentí por medio de la danza contemporánea una verdadera comunión con el arte escénico, traspasando y transgrediendo el rol de espectador que me imponían esos 9 o 10 metros de mi balcón al escenario del teatro.
Esa fue la primera vez que cruzó por mi mente hacer parte de mi vida a la danza contemporánea, pasarían 5 años más para que me decidiera a tomar la alternativa y me aventurara en los mundos ficcionarios del arte escénico, necesitando así, dejar atrás aquello que personal y profesionalmente había fundamentado mi vida, pero que ahora se veía insignificante y de poco sentido en comparación con la simple, difusa y remota posibilidad de ser parte de eso que llamaban danza contemporánea.
[1] KUREISHI, Hanif. Intimidad. Trad. Mauricio Bach, 6ta. Edición, Barcelona España, Editorial Anagrama, (Panorama de narrativas), 2002, 143 pp. Pág. 9
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